
El hogar y el automóvil son los dos lugares principales donde los niños son víctimas de la exposición pasiva al humo del tabaco. Las personas que siguen fumando en estos lugares cerrados someten a otros, particularmente a los más pequeños, a una peligrosa mezcla de toxinas como nicotina, monóxido de carbono y otras sustancias tóxicas y cancerígenas, incluso cuando las ventanas permanecen abiertas. Este humo de tabaco respirado por no fumadores contiene más de 4.000 químicos. De este número, se sabe que más de 60 son agentes causantes de cáncer.
Los bebés y los niños son más vulnerables que los adultos a estos venenos. Los más pequeños inhalan más toxinas por unidad de peso corporal que los adultos. Además, estos químicos permanecen en el organismo infantil durante más tiempo debido a que tienen una menor capacidad para procesar estos venenos.
Fumar expone a bebés y niños a riesgos crónicos para su salud:
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Incrementa el riesgo de muerte súbita de bebés.
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Contribuye a un bajo peso al nacer y daña el desarrollo pulmonar.
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Aumenta el riesgo de infecciones de oído.
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Causa bronquitis y neumonía en adultos jóvenes.
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Incrementa el asma, la tos y el resuello entre niños en edad escolar.
Se considera esencial la interacción directa de los padres para proteger a los más pequeños, que no son capaces de alejarse de las fuentes de humo de tabaco tan fácilmente como los adultos o los niños más mayores. Esta limitación hace que potencialmente estén expuestos al humo de tabaco ajeno durante periodos más largos y de mayor intensidad.
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